viernes, 8 de mayo de 2009

¡Yo quiero mi bandera!


Los países, mal que le pese a nuestra exacerbada argentinidad, son una invención relativamente nueva. Existen hace solo unos 200 años. Antes había principados, reinados, virreinatos y demás formas de organización. Las banderas surgen como distintivos de los países, de las divisiones de tierra. Hasta acá es mío, hasta allá es tuyo.

“Es mío, es mío, es mi tesoro…” Golum, de la película El Señor de los Anillos.

Uno puede viajar, caminar, andar, y no encontrará jamás más que ríos, planicie, montañas, gente. Pero los límites de los mapas no aparecen nunca. Si miramos bien, los países son una ficción. Sí pueden existir naciones, pueblos, etnias en todo caso, pero los países en sí mismos existen sólo como concepto en nuestras mentes, como una idea a la que aferrarse, pero en realidad, NO EXISTEN.

“¡No existís!” Diego Maradona, verano del 2004.

Y como toda abstracción mental, para ser visualizada, creída y mantenida tiene su correlativa proyección en el mundo material. Las proyecciones físicas de los países, entonces, son los escudos, los himnos (lamentablemente, el nuestro, en su total extensión, es un concreto llamado a la guerra) y las banderas.

“Yo quiero a mi bandera…”Luca Prodan, canción.

Por estos colores doy la vida. Mato y muero por ellos. Por suerte, todos estos llamados a la locura/matanza masiva son sólo un recuerdo y hoy sólo son canciones de batallas menores como los partidos de futbol, básquet u otra actividad (¿las retenciones impositivas…?) que enfrente los unos y los otros.

“Divide y triunfarás” Reina Isabel de Inglaterra, sobre cómo dominar el mundo.

Pero las banderas siguen flameando, son un llamado a que esto pienso yo, diferente de vos. Engloban un infinito mundo de sentimientos, emociones y pensamientos. Acotan, definen. Son el nombre de una identidad.

“Until the colour of a man's skin is of no more significance than the colour of his eyes, me say War” Bob Marley, canción.

Y hay una bandera que pone fin a todas, una bandera destino de todas las banderas. Es la bandera blanca. Conocida lamentablemente por las películas de guerra en donde aquel que se rendía, hacía flamear una bandera/pedazo de tela blanca. A saber: el color blanco es la suma de todos los colores. (Si pintás los 7 colores del arco iris en un círculo, en proporciones iguales, y luego en el medio ponés un lápiz, y lo haces girar cual giróscopo podés ver que de los 7 colores aparece uno, el blanco). Entonces, la bandera blanca es la de todos, la bandera resumen de todas las banderas. Es la bandera de la Paz.

“No hay caminos a la Paz, la Paz es el camino” Gandhi, durante la Independencia de la India.

Caminando por mi querido pueblo natal me percaté que el mástil central de la militarizada plaza principal está vacío de bandera, lo que en principio me pareció una buena señal. Luego, mi abanderado corazón de primaria cuyos promedios no le permitieron nunca subir una bandera, pensó: “¡Subo una bandera! ¡…y que sea una blanca!”.
E improvisé una con una bolsita de plástico (“un llamado al reciclaje a la vez!”).

“Reduce, Rehuse, Recicle” Jack Jonhson, canción.

Pero no me quiero quedar corto. Que mi corazón no sea el único en enarbolar banderas. Y pensé: Todos somos diferentes, únicos, irrepetibles. Cada uno, como así tiene un nombre, debería tener su propia bandera. Pero no para dividir, sino para integrar, para potenciar todo ese infinito mundo de belleza que subyace bajo la piel de cada persona. Mi Universo es así. Este es mi arte.

Y he aquí la propuesta. Que todos los chicos que están en primer año de la escuela (o séptimo, no sé) diseñen, cada uno y a puro corazón, su propia bandera que resuma su deseo más lindo y puro para el mundo.
Y luego, todos los días, cada niño eleva su bandera en el mástil central de su ciudad. Y así todos tienen la oportunidad, al menos una vez en la vida, de enarbolar su propia visión del mundo, su propio deseo. Su propia bandera. Sin más divisiones que vos y yo.

“Más vale prevenir que curar” Hipócrates, medico griego.

De todo el hecho, se van sacando fotos, filmaciones, y se va dejando registro del hecho. Luego hacemos un intercambio directo con el otro lado del mundo. Se recopila todo el material, se edita y lo enviamos al Museo de la Paz, en Hiroshima, Japón, quienes seguramente recibirán con el corazón abierto y contento esta propuesta. Sucede que allí, debido a una bella historia de una niña sobreviviente a la bomba atómica, miles de niños de los cuatro punto cardinales envían, todos los días, como un pedido a la Paz, grullas de papel hechas en origami.

Porque ahí ya saben, en carne propia, que la Paz es el único camino.

“Para que nuestras pequeñas guerras de todos los días terminen de una buena vez” Lado P, abril del 2009.

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